lunes, 23 de abril de 2012

LA DERECHA Y LOS ANTIBIÓTICOS



La historia atribuye a Alexander Fleming el descubrimiento inicial sobre el que, trabajos posteriores, llevaron a la penicilina a ocupar un lugar preponderante en la medicina moderna. Dicen, quienes han escrito sobre el tema, que tal descubrimiento, en su fase inicial, ha sido un poco como resultado del encuentro del azar con la presencia de un observador, científico, para más señas.

Ante un proceso febril, cualquier doctor en medicina, antes de recetar un antibiótico o un antiviral, realizará diversos análisis en el cuerpo enfermo y preguntará al inquilino -del cuerpo- cuales son los síntomas. Donde le duele.
Probablemente, antes de conocerse la propagación del mal, sugiera realizar análisis -de sangre y orina- radiografías o algún otro tipo de pruebas. La gravedad de la situación será quien indique el procedimiento.

Si el enfermo está grave procederá a la hospitalización, y lo mantendrá estrechamente vigilado. En muchos casos las probabilidades de superación está en lo rápido y acertado del diagnóstico. Nunca es bueno dilatar la puesta en marcha de las medidas que contribuirán a superar la enfermedad. Tanto más, cuando ya se constata que ha llegado a la categoría de epidemia.

En las enfermedades que se propagan entre personas, o animales, siempre hay mecanismos sobre los que se transportan. El aire, el agua, utensilios, animales, pueden transmitir virus o bacterias, que infectan lo que colonizan. La sociedad, en los estados modernos, se ha dotado de mecanismos -protocolos- que afrontan cualquier reto, por delicado que sea la situación y peligrosa la epidemia. La salud, lo primero.

No será el azar y, probablemente, tampoco el encuentro con ningún científico, quienes lleguen a la conclusión de que, lo que viene en llamarse "crisis", no sea sino, nada más que una enfermedad. La primera prueba de que tal idea no es descabellada lo confirma el hecho de que haya adquirido categoría de plaga, y amenaza con extenderse a todas las economías del Planeta.

Ya nadie puede refugiarse en la falta de análisis y radiografías que ha provocado esto que llaman crisis. La génesis ha sido admitida en los primeras reuniones de lo que se conoció como "primeros esbozos de un gobierno mundial"; los "G", famosos, en sus versiones a 7, 8, 20 ó 22.
El mal tenía su origen en la desregularización, financiera y fiscal, promovida por las políticas neoliberales que arrancan el los gobiernos Reagan y Thatcher y culminan en las estafas interbancarias, que nacen de las hipotecas subprime y los mecanismos de protección de los causantes del desaguisado.

El tratamiento de choque ha supuesto la mayor movilización de fondos públicos que recuerda la historia. Los culpables se han hecho multimillonarios y han socializado las pérdidas, al trasladarlas a la mayor parte de la banca del mundo occidental. No solo han trasladado las pérdidas. También han trasladado los vicios: salarios deslumbrantes y política financiera especuladora. No hay nadie en la cárcel y bastantes de los culpables están en administraciones y organismos europeos o yankees.

La primera consecuencia que ha tenido -la enfermedad- es el contagio de las economías endeudadas -todas- y el bloqueo de cualquier tipo de financiación, que no sea la de recurrir "al mercado" como hacen -por imposición de la enfermedad- los tesoros públicos de los distintos países.
La banca, en buena parte de Europa, se encuentra entrampada en deuda pública y, en casos como el de España, en activos de difícil capitalización -vivienda- que algunas economías no pueden superar en el estricto marco de las políticas de control del gasto.
La falta de un banco central que no esté al servicio, exclusivo, de los diseñadores de la Europa de los mercaderes, es otra de las carencias definitorias.

Se alzaron voces de alarma que insinuaban la necesidad de reformar el sistema. El sistema, es un vocablo -amable- que usan los transmisores de la enfermedad, para referirse a la "arquitectura" del mal. Algo así como si al cáncer se le llamase, la enfermedad.

La banca española no hace, hoy, ninguna labor social y necesita del dinero del BCE -para especular con deuda pública, y sabrán ellos con que más- y las ayudas públicas para no ser declarada en bancarrota. Eso sería como declarar la defunción del sistema, que da sustento a la enfermedad.

Es como si los hospitales estuviesen dedicados a inocular virus, para mantener una epidemia.

El origen de la enfermedad está en las políticas ultraliberales nacidas en el seno de la derecha de los EE.UU y del Reino Unido. Ningún analista -decente- lo duda.

La desregulación ha permitido a los especuladores financieros entrampar al sistema mismo. La enfermedad ha contagiado al sistema y, lo peor del caso, es que "se encarga a quienes viven de la enfermedad ajena" que nos den el tratamiento.

La derecha -donde nace la enfermedad- se ha convertido en el transmisor, por impedir el tratamiento correcto. Lo dicen prestigiosos portavoces del sistema. No hay duda.

El antibiótico, que ataje el mal, deberá salir de otras fuerzas sociales.

No hay comentarios: